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Shiva ‘Deus Ex Machina’, natural y orgánico en sus formas

Que bien sienta escuchar bandas cuyo respeto por las reglas no escritas que les constriñen en un género en concreto es el justo e imprescindible. En cierta medida, no deja de ser el camino lógico a seguir, porque está claro que cada vez es más amplia la apertura de miras del público en general, y es coherente que ese matiz aflore cuando pasas de ser oyente a compositor. No me cabe duda de que algo de eso es lo que le debe suceder a los componentes de Shiva, y que cuando se encierran en el local de ensayo, toda esa diversidad con la que se empapan como seguidores, se dibuje en sus composiciones.

Corta es su trayectoria, de hecho sólo el EP ‘Memento Vivere’ precede a este primer larga duración titulado ‘Deus Ex Machina’. No han perdido el tiempo desde su formación en el 2014 y Jesús (voz y guitarra), Toni (bajo) y Kryss (Batería), aterrizaban en los albores del presente año con estos ocho temas que conforman el álbum, y dicho sea, que confirman la mejoría con respecto a su primera referencia.

Shiva no dudan en meterse en todos los charcos que se puedan asociar al rock alternativo: grunge, stoner, arrebatos hardrockeros, deslices con el progresivo y detallitos psicodelicos aquí y allá… todo para intentar dotar a su criatura de cierto carisma personal… que al fin y al cabo es por lo que uno se deja las pestañas: crear algo que sea propio. Y aunque a este respecto todavía tienen que engrasar piezas – qué demonios, hablamos de un primer disco – el asunto lo llevan bien encauzado.

‘Deus Ex Machina’ es un álbum que entra de primeras, que presenta suficientes vaivenes para mantenerte expectante durante la escucha, y en el que se agradece que el trío de Daimiel (Ciudad real) se haya estrujado las meninges, mirando en muchas ocasiones con desdén a la senda más trillada, para que los temas presenten giros y recovecos que te incitan a seguir las piedrecitas que van dejando por el camino, a ver que viene después. Falta de ambición compositiva no se les puede echar en cara.

Una pesimista y afligida lírica sirve como común denominador a unos temas que instrumentalmente divergen en varias direcciones: una de ellas es más directa y de formas más agresivas, como en el caso de ‘Termófilo’, ‘Metatrón’ o ‘La última’. Las dos primeras nombradas son especialmente inspiradas y abren el disco de forma vertiginosa y revolucionada. A pesar de iniciarse vestidas de estructura clásica, lejos de ceñirse a la fórmula de estrofa-estribillo, en su segunda parte presentan alguna pequeña sorpresa, de esas que siempre son bienvenidas. El timbre y el fraseo de Jesús me recuerda horrores a Pau Monteagudo de Uzzhuaïa, y los cuidados estribillos juegan a su favor al estar tan bien rematados.

Escúchalo en Spotify

‘Excalibur’, ‘El león y el rascacielos’ pertenecen a una esencia más visceral y desgarrada. Desolación que se transmite en un caleidoscopio de rabia estéril y cabizbaja, que crece en intensidad a lo largo del recorrido de las canciones. La primera se inflama con el fuego del desaliento hasta una extática combustión final que te arrastra con ella. La segunda es la daga que nos retuerce en el pecho el vacío que nos devora. Ambas desarrollan una intensidad emocional sobrecogedora y remiten a los temas lentos, taciturnos y ahogados en vapores malsanos de los nunca suficientemente reivindicados Buenas noches Rose. Desde luego dos de los momentos más álgidos del disco.

Perdidos entre medias de estas dos vertientes, aparecen cegadores rayos de luz otoñal en ‘Vostok’, donde el trío se disfraza con gracia de banda de rock alternativo embadurnada con algo de post-rock, y donde nuevamente, se muestran hábiles manejando los tempos y la intensidad. También nos topamos con la instrumental ‘Panzer’, que se metamorfosea en su recorrido, desde el grunge pasado de rosca hasta un final que apuntilla a base de riffs y con un desenlace que hace que suba enteros. Lo cierto es que estos cortes desorientan un poco en esta fiesta de almas rotas, y si ser malos temas per se, me rompen un poco la inercia general del conjunto del disco.

Cierran con ‘Nucelar’, donde la electricidad y una energía inquieta campan a sus anchas. Un buen punto final, en el que tan sólo me falta que las transiciones entre las partes más suaves y las más duras fluyesen con un poquito más de naturalidad.

Retomando el tema lírico, decir que salen victoriosos en su lucha con la lengua de Cervantes. El arma de doble filo que es el castellano, – que igual que te acerca al publico al compartir idioma, también puede dejar en evidencia la poca gracia literaria de alguno -, lo solventan sacando adelante, en general, textos sólidos y más que dignos con algunos momentos especialmente álgidos como podrían ser el clavo ardiendo ante un mundo que se derrumba de ‘Termófilo’; el soliloquio a una botella sentenciada de ‘Excalibur’; o la certeza de la nada en ‘El león y el rascacielos’.

‘Deus Ex Machina’ se muestra natural y orgánico en sus formas. Música hecha por y para personas y en la que se puede intuir que han volcado el corazón. Como carta de presentación, exhibe suficientes argumentos para que, si lo secundan firmemente en directo, vaya colocando el nombre de Shiva en el subconsciente de todos aquellos que lleven en su santoral personal los géneros nombrados en el tercer párrafo.

Lo mejor

  • La ambición mostrada, siempre queriendo llevar los temas un poco más allá.
  • La inspiración compositiva de temas como ‘Termófilo’, ‘Excalibur’ o ‘El león y el rascacielos’, y el tremendo potencial que los mismos transmiten de cara al futuro de la banda.

Lo peor

  • Quizá, un par de temas que rompen la cohesión y la dinámica que me transmite el álbum.

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