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Santo Rostro ‘The healer’, todo en su medida con el sentido estético y creativo correcto

No sé exactamente en que punto se encuentra ubicado, pero a estas alturas no tengo ninguna duda acerca de la existencia de algún portal interdimensional en Andalucía. Uno que une nuestro mundo con un paraíso de ácido en el que la mandrágora, el beleño y la belladona crecen a su antojo y desde donde sus moradores visitan a sus victimas terrestres en forma de inspiradores fragmentos musicales.

Antonio Gámez (voces y bajo) y Miguel Ortega (guitarras, voces y percusión) son algunos de los que han recibido esta visita, así como últimamente C. Alejandro, componente que completa este trío de Jaén. Todos juntos forman Santo Rostro, otro nombre que acentuar de forma vehemente dentro de la exuberante corriente que surge del sur de la península.

‘The healer’, el álbum que supone el número tres de la agrupación, veía la luz en febrero de este año, de la mano de un abanico de sellos – Discos macarras; Nooirax; La choza de Doe; La rubia; The Braves; A la deriva; Música híbrida – convirtiéndose desde la primera escucha en el mejor trabajo que han publicado hasta ahora. Y ello no se debe a demérito de sus dos predecesores, en absoluto, si no a los méritos propios que acumulan en estos casi cuarenta minutos de música.

Vaya por delante, que no es que el disco me haya parecido especialmente diferente de algunas otras cosas ya escuchadas. Los cinco temas incluidos, y el álbum en sus conjunto tienen una ubicación más o menos estricta en la cajonera de cualquier tienda de discos, pero lo que lo hace grande, es que cada una de las composiciones me parecen sumamente inspiradas. Esos pequeños y escurridizos fragmentos de genialidad desperdigados por el éter han sido captados por la sensibilidad de Santo Rostro, y construidos con un olfato especialmente afinado, descubriendo un álbum en el que sus virtudes son obvias. Sin ser un disco insustancial ni plano, todo lo que han grabado entra a la primera, y esa sutil e inexplicable sensación que me embarga cuando escucho algo que me resulta especialmente excitante, me ha estado palpitando en la sien durante todo el tiempo que dura ‘The healer’.

Temas más crudos y directos se entrelazan con otros en los que divagan por paisajes que se deconstruyen y se repliegan en ocres mantras, se retuercen en giros inexplicables y se funden en un sueño etéreo y brumoso.
‘One small victory’ o ‘Born again’, orbitan alrededor de furiosos riffs que harán las delicias de aquellos que les gusta empaparse de música sin artificios y de emociones a bocajarro.
‘Cut my hand’ arremete con lucidez meridiana rindiendo cierto tributo al doom de los ochenta y con guiños a los primeros trabajos de Soundgarden. Narcóticos arabescos y yermos espejismos desembocan en un final que devora insaciable al que lo escucha.

Finiquitando el álbum el quinto corte, ‘Hylonome’, también es pura gasolina. Abriendo con fraseados rasgados, cargados de bilis, y la maquinaria instrumental a tope, no se da respiro en ningún momento. Se tensan los músculos y la adrenalina fluye salvaje. Incluso en ese momento en que nos sorprenden con su más relajado tramo central y su posterior evolución hasta dar carpetazo al disco, nos dejan enmarañados en un agresivo paroxismo.

Pero dejo para el final la verdadera gema que aquí se esconde. A medio camino entre el delirio y la realidad, las atmósferas ondulantes y los colores se difuminan en un letargo inducido al son del tema que da nombre al álbum. ‘The healer’ despliega toda una gama de recursos para desdibujar el tiempo, y en su decena de minutos que se pasan en un suspiro, toparás con cascadas de sedantes susurros empujados hasta aquí por el viento místico que habita en las extensas praderas de Mongolia, con percusiones palpitantes y teclados espectrales, con riffs que sólo es posible que sean pergeñados por mentes que se encuentran en un estado de enardecida efervescencia. Una burbuja de sosiego en cámara lenta, mientras alrededor la verdadera esencia de la entropía se desgaja a velocidad de vértigo.

Y quien me iba a decir a mi, que considero que cuarenta minutos es – por lo general – aproximadamente la duración ideal para un álbum, que en esta ocasión me iban a parecer irritantemente cortos.

En sus temas más concisos y directos es imposible no morder el anzuelo, y es en los temas más largos en los que más absorto me quedo. Definitivamente no cabe más que decir, que con independencia del perfil por el que se decanten en cada tema, parecen tener ese instinto natural para saber que es lo adecuado en cada ocasión para que todo esté en su medida y tengo el sentido estético y creativo correcto.

Sólo queda quitarse el sombrero y seguir disfrutando de este trabajo que supone una nueva cumbre en su trayectoria.

Lo mejor

  • Temas muy inspirados y nada de relleno.
  • Los temas directos enganchan y en los que de dispersan un poco más, también, así que tienen un amplio espectro en el que seguir creciendo.
  • ‘The healer’.

Lo peor

  • Quiero más.
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