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Drácula, Bram Stoker (1897)

Si tomamos la adaptación cinematográfica más fiel de la historia de Drácula –la de Coppola de 1992– y le quitamos las partes de amor, además de quedarnos con un corto de diez minutos, tendremos unas escenas de terror más que decentes.

Ahora, pasemos estas escenas a las páginas de un libro, e intercalémoslas con narraciones de aventuras al estilo de R.L. Stevenson o de Julio Verne, y encuadrémoslo todo en el Londres victoriano de Oscar Wilde.

Éste es el panorama que un irlandés de cincuenta años decidió plantearle al mundo a finales del siglo XIX, y que hizo que se creara un mito que no deja de crecer. Abraham Stoker se documentó acerca de las leyendas de vampyre y nosferatu del este de Europa, que en aquellos tiempos era un enclave exótico, intentó dar una explicación científica al tema, y contó una historia de amistad y lealtad con el único objetivo de librar al mundo de su más terrible adversario. Suena a historia de superhéroes y, en cierto modo, lo es.

La única desgracia de la novela es que estamos acostumbrados a los horrores que plantea, por lo que debemos hacer un esfuerzo y leerlo como si fuera la primera vez que vemos a Mina Harker bebiendo la sangre del Príncipe de las Tinieblas. Después de haber estado décadas leyendo libros de terror, he de reconocer que aquella escena en que los valientes adversarios del vampiro entran en la habitación, y descubren a la mujer siendo forzada a sorber la sangre del monstruo, y al marido obligado a contemplarlo sin poder hacer nada, es de lo más aterrador que he leído. Por supuesto, poniéndolo en su contexto.
Como he mencionado anteriormente, en el Drácula de Bram Stoker no hay ninguna referencia sentimental entre el vampiro y sus víctimas. Todo esto fueron invenciones posteriores para humanizar al monstruo y que el mito resultara atractivo. Pero, en origen, no era así. El nosferatu original es despreciable, y se propone mudarse a Londres para iniciar la conquista del mundo. Ni más ni menos.

Si hacen falta más motivos para acercarse a la librería más cercana a por el libro, mencionaré al gran científico holandés Van Helsing que, lejos de ser un exorcista amante de lo oculto, es un riguroso científico que emplea las últimas técnicas médicas –agua bendita incluida– para salvar a sus pacientes y luchar contra Drácula.

El libro está planteado a modo de compendio de los diarios de todos los personajes, lo cual lo hace más novedoso y digno de alabanza. Stoker alterna con maestría entre la descripción pasional de Lucy, la amiga de Mina, y la frialdad del psiquiatra Jack Seward. Si hay que ponerle una única pega al libro, diré que el ritmo es algo irregular. Captura al lector, literalmente, desde el primer párrafo, con las descripciones de Harker en su viaje por los Cárpatos. Sin embargo, el ritmo disminuye al contar las andanzas de las amigas Lucy y Mina. A partir de la aparición de Van Helsing, que sucede pronto, el libro vuelve a recuperar el paso sin detenerse hasta el final.

En definitiva, Drácula es uno de los mejores libros de todos los tiempos, por lo innovador y por lo lejos que ha llegado el mito que creó. Una edición en tapa dura e ilustrada puede ser el mejor regalo de Reyes para los amantes de la lectura.

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