Hace unos años tuve la oportunidad de visitar seriamente el MOMA. Una excursión por uno de los museos de arte modernos más importante del mundo, sino el más, que me dejó impresionado. Sin embargo, de todas las obras que vi, una de las que más recuerdo es un cuadro titulado ‘Red bird’ (Pájaro rojo). Lo que tenía delante, obra de una tal Agnes Martin, es un lienzo absolutamente en blanco. En ese momento pensé varias cosas. La primera es que la tal Agnes era una jeta de cojones. La segunda, que siendo aquello el MOMA, ese cuadro debía ser, de alguna manera, arte. Esto último conlleva una conclusión lógica: que no tengo ni puñetera idea de arte.
Esto es un poco lo que ha ocurrido con este impensable proyecto conjunto entre unos artistas cuya unión, a priori, no cabía en la mente de nadie. Supongo que como a mi, a la gran masa de fans de Metallica el anuncio de una colaboración entre unos de los padres del thrash metal moderno y un viejo y legendario rockero como Reed nos sorprendió bastante. Parece que la chispa saltó en una entrega de premios o algo así en la que se subieron al escenario juntos a tocar. Supongo que la gente no sabía a qué atenerse, así que la cosa quedó ahí por un tiempo.
Al poco llegó un primer sampler. Apenas un minuto que dejó a muchos con tal estado de shock que tuvieron que dar varias escuchas a aquello para creer que era cierto. En todo caso, era un sampler. Unos segundos de un disco entero. Aquello no tenía que ser definitivo. Habría más temas y, ¡joder, hablábamos de Metallica! Luego vino el mazazo: La web dedicada al disco permitía la escucha completa del trabajo. Ahí es cuando los fans sacaron el diccionario de sinónimos a relucir, y los insultos y descalificaciones poblaron internet.
Dos cosas que por separado pueden gustar, pero cuya unión produce tanto desconcierto como disgusto.
Yo le di una escucha en aquel momento inicial. Recuerdo haber querido pegarle un cabezazo a la pantalla de mi pc. Pero los riesgos eran altos: cortes, electrocución y sobretodo, despido fulminante. Así que decidí tomar aire y dejar pasar un tiempo prudencial, hasta que dejara de arder el asunto. Ahora que el año termina, no quería dejar la oportunidad de daros mi opinión al respecto.
Como me ocurriera en la primera toma de contacto, los primeros segundos de ‘Brandenburg gate‘ me resultaron agradables. Ese ligero toque country respondía al concepto de disco que ni es de Metallica ni de Lou Reed. Pero al poco la cosa se fastidia cuando empiezan a sonar acordes eléctricos y Hetfield hace unos extrañísimos coros a la voz de Lou Reed, que deambula por el tema como lo hace por el resto del disco. La siguiente ‘The view’ es posiblemente lo único que podría salvarse de este naufragio general. Y eso que es de este tema de donde se sacó el primer sampler que se hizo público. Tiene algunos riffs interesantes y la unión con la voz de Reed es menos dolorosa. Esa y posiblemente ‘Iced Honey‘, que a pesar de ser bastante cansina, se deja escuchar, que ya es bastante.
A partir de ahí comienza una serie de despropósitos musicales que deben responder a un concepto de arte tan elevado que yo no lo puedo alcanzar. Comenzando por la inconexa ‘Pumping blood’, que aun así tiene algún momento salvable en sus más de siete minutos. O en ‘Mistress Dread‘, donde parece que un indio borracho ha grabado su voz sobre una pista instrumental de los Metallica de los 80.
Los once minutazos de ‘Cheat on me‘ son el indio borracho de antes de resaca, pensando en voz alta y recibiendo alguna descarga de su dolorida mollera de vez en cuando. ‘Frustation‘ supera por momentos el nivel de absurdo de ‘Pumping Blood‘. Cierto es que tiene un riff ahí metido que se te pega un poco, pero a estas alturas de la escucha ya nada parece tener sentido. Como ‘Little dog’, otro tema que recoge las reflexiones de Lou Reed durante ocho largo minutos con un fondo que combina sonido estático y guitarra acústica.
Quizá es una obra de arte tan sublime e intelectualmente avanzada que solo el tiempo y los oídos expertos puedan ponerla en su correcto valor.
La última ida de olla severa del disco es ‘Dragon’. Otra castaña de once minutos con un comienzo realmente descorazonador, que mejora a partir del tercer minuto. Lo único malo es que mantener el mismo riff durante tanto rato termina por cansar. Y por si nos quedaba alguna gana de volver a escuchar el disco, para el final se han dejado un temita de casi veinte minutos. Hay que reconocer que no está mal del todo, si lo comparamos con lo que viene antes. Me ha recordado a los temas más suaves del infausto ‘Reload‘, como ‘Low man’s lyric‘. Eso sí, los últimos minutos son solo instrumentos de cuerda tocando sin orden aparente en un esfuerzo por alargar la canción que no tiene sentido alguno.
En resumen, este disco es como el bocadillo de atún con nocilla o el petit suisse con garbanzos. Es decir, dos cosas que por separado pueden gustar, pero cuya unión produce tanto desconcierto como disgusto. No sé qué pensaran los fans de siempre de Lou Reed (de veras me gustaría saberlo), pero como fan de Metallica espero olvidar pronto este disco, por mucho que se esmerasen en decir que no es un trabajo del grupo como tal. Quizá, como decía al principio, es una obra de arte tan sublime e intelectualmente avanzada que solo el tiempo y los oídos expertos puedan ponerla en su correcto valor. Pero a mí me ha parecido un horror sonoro que no recomiendo absolutamente a nadie.
[Rating:2.5/10]