Jueves, 26 de enero
Destino:Valencia@Rock City
Otra de mis ciudades favoritas. Para mí, una de las imprescindibles de España. Una Miami Beach glamurosa con avenidas de naranjos.
Paramos para comer en un centro comercial que parece una mini ciudad. Tienen unas fuentes regulables manualmente y los de Estocolmo intentan atravesarlas sin mojarse, mientras que alguno de sus compañeros las acciona a traición. Molin, Harnsten y Láver regresan a la infancia más temerarios que nunca, foto incluida.
Esta vez los rubiales comparten sus encantos con Burger King y me inicio en mi fingerdependencia, es decir, en mi adicción a los fingers de queso. Harnsten los probó en Telepizza y le gustaron, hoy ataca los aros de cebolla después de que le traduzco lo que son. Fingers de mozzarella con salsa mexicana en vena y se puede derrumbar el mundo,jajaj.
Valencia es una ciudad grande y nuestro sentido de la orientación es diminuto, por lo que nos recreamos en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, así como en El Corte Inglés, hasta que no sé por qué, acabamos en una gasolinera en el culo del mundo. El tiempo se nos echa encima y nos quedan mil cosas por hacer. Además, se supone que he de ser yo la que vaya a preguntar. Me bajo de la furgoneta, de mala leche, y exclamo: ¡putos suecos de mierda! (Y alguna barbaridad más, sospecho).
Es el único día de la gira en el que estoy de mal humor. Voy a la tienda y pido un plano y un callejero, que en mis viajes siempre han sido mano de santo. Le añado unos chicles: prefiero mascar como una loca en vez de trocearlos para hacer unas fabulosas albóndigas suecas o kötbullar, con el jugo de sus cerebros como salsa de acompañamiento…
Hemos de recoger las llaves del apartamento. Como no se puede aparcar, se quedan donde pueden, en una calle próxima, y yo me voy a contrarreloj, buscando la calle y el edificio, que no está muy bien indicado. Me cuelo en uno que puede ser… o que no… Para más inri, la recepcionista no habla castellano y está formando a otra. Les pido un plano y la ubicación del parking más cercano. No iremos allí hasta después del concierto. Los músicos me recogen como si acabara de atracar un banco.
Sólo podemos ir directamente a la sala, para la descarga, y tenemos pendiente recoger los platillos y las entradas de los puntos de venta. Media hora antes se les ocurre que le pedirán a la otra banda que les deje los platillos aunque sea pagando y yo planteo que qué pasa si la compañía de alquiler nos cobra por haberles avisado con tan poca antelación que ya no los necesitamos. Con su calma zen sueca me dicen: “Se resolverá”. Bueno, y si no se resuelve, ellos no pagarán las consecuencias o sea que igualmente genial…
Desde la sala llamo Harmony para ver si alguien puede desplazarse hasta allí para traernos las entradas y la recaudación. Tengo suerte. Se acerca un componente de la banda Innuendo y a cambio le doy dos invitaciones para esta noche (30 euracos). Él me da un cd de su grupo y me recomienda que retrasemos el concierto una hora porque allí la gente suele empezar muy tarde. Lo hablo con Kono, el responsable de la sala, y con los músicos.
Jolly Joker suenan a Sunset Strip: a deseo, a alcohol, y a fiesta. Suenan a futuro del rock español.
Jolly Joker están grabando su primer disco y han hecho un hueco sólo por tocar con Dynazty. El vocalista Lazy Lane, que está grabando las voces, se incorpora después. Me cuentan que entre ellos y sus amigos han tenido mucho cachondeo en las últimas semanas desde que anunciaron que tocaban con unos suecos: les decían que era otra de las muchas veces que tocaban con suecos, es decir, con habitantes de Sueca (Valencia), que está al lado.
Conozco a Susana Perales, de Onda Salvaje radio. Es un pibón, una gran tía y una de las privilegiadas que ha visto a Molin cantando en directo al frente de H.E.A.T, cuando sustituyó a Lekermo –se lo recordará después, en el camerino-, y en su programa ha promocionado un montón a Dynazty, pinchando ‘Hunger For Love‘ y hasta sorteando dos entradas para el concierto de esa noche. Me recomienda especialmente a Jolly Joker.
Hoy me apetece jaleo español y divertirme. Me voy a cenar con los valencianos. Les pregunto a Molin y a Harnsten si se vienen, pero niegan con la cabeza. Molin está un poco pachuchillo, pero se queda en buena compañía, el batería es un buen chaval. Pese a su carácter decidido y a la seguridad que desprende, a veces el cantante me parece el más frágil. A veces parece un tierno cachorrito que necesita mimos y cuidados. Y, pese a ello, sobre el escenario es un Dios, un Farinelli del siglo XXI.
Me cambio en el baño de las chicas. Esta noche está muy concurrido. Las valencianas tienen fama de guapas, pero quieren ponerse más guapas todavía. Me gusta la complicidad que se establece entre desconocidas, el elogio sincero. Conozco a la mujer del bajista de Jolly Joker y a la chica afortunada del sorteo de La Estadea, sin saber todavía que son ellas y sin saber ellas que yo soy yo. La primera está muy nerviosa, quiere deslumbrar, pero todavía desconozco a quién. Parece la noche más importante de su vida y sus amigas la convencen de que todo saldrá bien.
También conozco al otro agraciado, Jesús Ruiperez, un nombre mítico en la escena rockera de este país, el que siempre nos informa de todos los conciertos y de todas las nuevas bandas.
Jolly Joker hacen pupita desde los primeros acordes de ‘Damage‘. Sus dos guitarristas podrían mandar a los de Dynazty a hacerles la colada y robarles los pestañeos de las chicas. Lazy Lane es el frontman ideal: chulito sobre las tablas y terrenal bajo ellas, un Axl Rose patrio todo inteligencia. Suenan a Sunset Strip: a deseo, a alcohol, y a fiesta. Suenan a futuro del rock español. Después les insistiré para que me pasen el nuevo disco en cuanto lo terminen.
El de Valencia es probablemente el mejor escenario al que se han subido, con la mejor iluminación. Molin pide que le quiten el humo y yo lo agradezco a la hora de sacar fotografías.
‘Lights Out In Candyland‘ suena más potente que nunca. Van pillando el truquillo de cómo calentar al público español. Les dije hace tiempo que los muevan, que les encanta la interacción, pero que lo hagan con cosas sencillas, que saben poco inglés. Molin practica el saludo con el castellano que ha aprendido y no se le da mal.
‘Lights Out In Candyland’ suena más potente que nunca. Van pillando el truquillo de cómo calentar al público español
A mitad de una canción, vuelvo la vista hacia Magnusson y veo que ha desaparecido. Le busco desesperadamente por todo el escenario y es en vano. La banda sigue tocando y en un instante, Láver corretea hasta la posición que ocupaba su compañero, para cubrir el hueco. Los segundos se hacen eternos. ¿Qué habrá pasado?
Antes de que acabe la canción, Magnusson reaparece. La impresión es que ha tenido problemas con la guitarra. Láver vuelve a su posición. Después, el concierto sigue ininterrumpidamente.
La agraciada de La Estadea, Bea, quiere conocer al bajista sueco, pero le da mucha vergüenza. Durante la gira les he ido poniendo a disposición del respetable cada vez que les reclamaban para autógrafos o para fotos. Le convenzo de que el mozo es adorable y de que no tiene nada que temer y a él le explico que una fan quiere hablar con él, pero que no se atreve, que la trate bien. Pese a que la chica pasa vergüenza disfruta cada segundo en compañía de su ídolo, que hasta le da un abrazo.
Minutos después aparece Molin. La chica todavía no se cree lo que acaba de pasar. Ve a la chica muy emocionada y me dice que le pregunte si la puede dar un abrazo. La chica le da permiso, pero sigue mirando hacia donde está Apelgren, como si le hubiese quedado algo pendiente.
Mañana acaba la gira, en Bilbao, y me siento triste. Me he acostumbrado a estos cabroncetes, a un ritmo de trabajo muy intenso, y a la emoción, y todo va a acabar. Odio la rutina, necesito acción.
El alojamiento está situado en la parte vieja de la ciudad. La puerta es enorme, como de caballerizas, me recuerda a Praga. Les fascina.
