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Confessions of an English Opium-Eater and other writings de Thomas de Quincey

Titulo:Confessions of an English Opium-Eater and other writings
Autor: Thomas De Quincey
Editorial: Penguin Classics
Año: 2003
Páginas: 294

Antes de que Nikki Sixx escribiera ‘Heroin Diaries’, el ensayista británico Thomas De Quincey ya había documentado sus experiencias con las drogas. Corría 1821 cuando se publicó, un libro reverenciado en su época y una de las joyas ocultas de la actualidad. ¿Cómo obviarlo cuando se apunta que ha influenciado, entre otros, al Romanticismo, a Poe, a Freud, a los beatniks y a la literatura de autoayuda?

Sólo podía escandalizar y lanzarlo supuso un reto para la clase médica; la acusaba de total desconocimiento por no haber probado el opio en sus carnes, y le acusaban de incitar al consumo. Sin embargo, como nos apunta el editor actual, Barry Milligan, el acceso al opio era universal y se le consideraba la panacea. Aunque su uso era medicinal, no era extraño el uso lúdico, como ya habían sugerido otros autores antes que él o de lo que se tenían constancia en las clases trabajadoras.

Fue imitado, e inmediatamente le siguieron otras Confesiones. Su libro tampoco partía de la nada, fue inspirado por las Confesiones de Rousseau y por los poemas de Wordsworth, como nos señalan en el prólogo.

Si su lenguaje, a veces demasiado tendente a las digresiones, nos traslada al XIX, su trama puede exportarse a la actualidad.

Podemos dividir su narrativa en tres períodos: el consumo como medicina, el consumo lúdico, y la adicción.

«Conoce el opio por recomendación de un amigo de Oxford y luego lo usa por motivos intelectuales y de manera esporádica (…) para disfrutar más de la Ópera y para filosofar con las familias pobres (…) Según él, todo va bien durante 8 años»

Conoce el opio por recomendación de un amigo de Oxford y luego lo usa por motivos intelectuales y de manera esporádica ─los martes y los sábados, según concreta en la página 52─, para disfrutar más de la Ópera y para filosofar con las familias pobres, a los que considera más filosóficas que a los ricos (pagina 54).

Según él, todo va bien durante 8 años (de 1804 a 1812) porque ha usado la precaución de «dejar suficientes intervalos entre cada momento de placer» (página 58) pero en 1813 sufre una irritación en el estómago que le obliga a tomarlo a diario y, entonces, comienza su descenso a los infiernos; él mismo se considera ya un “habitual y confirmado comedor de loto” (página 60).

¿Y en qué se traduce este infierno? Sólo los libros igualan el placer del opio ─especifica que casi desbordan su casita de campo─y, en esa época, no ha podido más que leer uno. Se despierta con una gran ansiedad y con lo que define como “brumosa melancolía”, se desdibujan los límites del tiempo y del espacio, y reviven escenas de su infancia (página 76). Los sueños se unen a las ensoñaciones, que son orientales, y de torturas mitológicas. “Llevaba enterrado dos mil años, en tumbas de piedra, con momias y esfinges, en habitaciones estrechas en el corazón de las eternas pirámides. Y me besaban con besos cancerosos, los cocodrilos; y estaba tumbado con numerosas cosas resbaladizas, entre juncos y fango del Nilo”, relata en la página 82.

Los sueños se unen a las ensoñaciones, que son orientales, y de torturas mitológicas. “Llevaba enterrado dos mil años, en tumbas de piedra, con momias y esfinges»

Profundiza en estas ideas en dos ensayos que le acompañan, Suspiria de Profundis y The English Mail Coach. En el segundo nos habla sobre su utilidad sedante durante los eternos viajes en carruaje y, en el primero, conecta con lo que luego Freud desarrollará como teoría del psicoanálisis: la mente como palimpsesto, en el que las experiencias nunca quedan borradas del todo y reaparecen en los sueños o con la ayuda del opio. Allí explica como la muerte de su hermana, en la más tierna niñez, y sus vivencias en Oxford influyen sobre su consumo de opio y sobre las experiencias con el mismo.

Recuerdo estar en la Tate Gallery de Londres y quedarme fascinada por el cuadro The Sheperd’s Dream de Paradise Lost de Henry Fuseli (1608─1674) ─que ilustra la portada de esta edición─ que según la galería, “explora los límites de la imaginación, los sueños y lo sobrenatural”. Fuseli pintó este cuadro inspirado por el Paraíso Perdido de Milton. A través de él conocí la figura de Thomas Quincey y deseé profundizar en ella. Una de las cuestiones que se plantean en el prólogo es si de no mediar el consumo del opio, se hubiera desarrollado todo el talento de este escritor, muy conocido en su época como ensayista, pero casi un desconocido para la nuestra. Lo que si sabemos es el talento que desborda por cada palabra, no sólo por el tema que toca, si no cómo lo cuenta, atrapa con su sinceridad de compartir alcoba.

Una lectura obligada para amantes del XIX, aspirantes a estrellas del rock, y lectores ávidos. Porque no hay nadie tan duro como quien devora libros.

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