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Evadne ‘A mother named death’

Ten cuidado cuando miras largo tiempo dentro del abismo, porque también el abismo mira dentro de ti. Evadne y su nuevo ‘A mother named death’ nos ofrecen una panorámica amplia e inmejorable de esa peligrosa y profunda sima emocional.

Y es que aunque parezca inexplicable desde la perspectiva de aquellos que no están poseídos por tal naturaleza, todas esas personas que son felices sintiéndose tristes, se quedarán hechizados en la funesta y vacua existencia que ponen de relieve los acordes y melodías que se entretejen en la nueva obra los valencianos.

Más de una hora de death-doom, lapidario y sin paliativos. Los únicos rayos de luz que entran en este lugar, reino del polvo y de una humedad añeja que se impregna dentro de uno en cada inspiración, son únicamente una herramienta para hacer más densa y sofocante la oscuridad que acaudilla sin oposición cada uno de los pasajes de las ocho canciones presentadas.

Se han tomado su tiempo, pero la espera ha merecido la pena y desde el primer minuto su discurso ya comienza de forma grandilocuente con ‘Abode of distress’, un profundo despeñadero cuyo fondo se pierde a la vista de la ojos de los más optimistas.

Después, casi una hora de vagar por desoladores páramos desgajados por nuestras propias flaquezas y desengaños, guiados por los desesperados bramidos de Albert, las serpenteantes guitarras de Marc y Josan y la plúmbea y atormentada sección rítmica a la que dan forma José al bajo y Joan a la batería.

Se explayan con gusto y sobre todo con sentido, consiguiendo que en temas que frisan los diez minutos, éstos estén justificados. Pasearse de la mano de ‘Scars that bleed again’ es arrullar a las heridas que jamás cicatrizan, y ‘Morningstar song’ – tema en el que colabora Ana Carolina de los recomendables chilenos Mourning sun – es lo más cercano a hacer tanatoturismo sin pisar el mundo exterior.

Los cortes siguen cayendo como las hojas en otoño, el tiempo vuela rápido, como cuando te haces mayor, y mientras la voz de Albert continúa crepitando como vieja madera, ‘Heirs of sorrow’ y ‘Colossal’ hacen que se empañen los cristales de las ventanas de tu habitación. O quizá sean las retinas. Descomunales. Preñadas de fatalidad y el regusto a ceniza. Imposible mirarlas a los ojos de forma continuada y no retirar la vista lastimosamente.
Tras la bocanada de aire que supone ‘88.6’, la autopsia emocional a la que nos someten sigue poniendo los pelos de punta en la recta final del álbum, primero con ‘Black womb of light’, el enésimo ejemplo de cómo hacer una turbadora canción doom-death cargada de épica, antes de que ‘The mourn of the oceans’ ponga el punto final a esta trágica epopeya.

Letras profundas y bien trabajadas – por supuesto de corte abatido y angustioso – si bien comunes al género, completan una obra sobrada de talento.

Sea como sea, sabes lo que has venido buscando en este disco, y ellos te lo han dado. No hay gato encerrado. Los experimentos quedan de lado y se vuelcan en dar lo mejor, de lo que mejor saben hacer: doom-death cargado de pesadumbre y de aceptación de la derrota. Del sinsentido. De lo pasajero y lo insignificante. Cada uno de esos temas depositan su fe y hacen una reverente genuflexión ante la ascendente de la faz severa, aquella que encara incontables rostros segados y arrasados en busca de una redención salvadora que nunca llegará. Porque simplemente no existe.

Lo mejor

  • Sin salirse de las estrechas fronteras de género en el que se encuadran, se muestras frescos y sobre todo, tocan la fibra emocional con las canciones.
  • Disco con recorrido.
  • Letras profundas y bien elaboradas.

Lo peor

  • Sencillamente, no creo que ningún seguidor del género pueda decir algo malo de este disco…quizá que se pueden parecer algo a otras bandas, pero nada realmente digno de consideración.

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