El triunvirato que hizo de Grajo algo monumental, consistente y concreto en su debut, sigue erigiéndose firmemente a lo largo del tiempo. A pesar de una naturaleza universal que es proclive a la descomposición, Slowgod II persiste inmutable en luminosa inmortalidad en la burbuja creada un par de años atrás.
La voz de Liz sigue provocando estados de profunda disociación con el mundo físico, y sus melodías, que fluyen con una densidad y un colorido diferente de la atmósfera por la que se propagan, es uno de los vértices del trípode en el que se sustenta el carisma creativo de los cordobeses.
Flanqueando su voz, están esos riffs que se propagan como círculos en el agua, ora más rápidos y consecutivos, ora de cadencia más marcada y distanciada. Y a pesar de su naturaleza reconocible, se enlazan uno tras otro, obsesivos y electrizantes, mientras tu conciencia se pierde en su hipnótico movimiento como si fuera un laberinto imposible, completamente obnubilada y con fláccida voluntad, deambulando de un lado a otro, allá adonde te empujan sus acordes.
Cerrando el místico triangulo, está esa forma tan especial de construir pequeños universos, uno distinto para cada mundo-canción, con jerarquía y estructura propia, pero que al unísono, se conservan todos enlazados y vinculados en el perpetuo movimiento de traslación alrededor de un mismo astro.
Aunque ya puesto sobre aviso por su obra anterior, no queda otro remedio que rendirse a la evidencia a medida que resuenan los enigmas encubiertos dentro de Slowgod II. La rotundidad estructural recargada de ligeras filigranas en ‘Altares’, la placentera inmediatez de ‘Queen cobra’, la arrebatada serenidad sureña de ‘Malmuerta’, el estremecimiento post clímax de ‘Er’ y su compendio en siete minutos de stoner psicodélico… Y aunque a mi parecer, ‘Horror and pleasure’ carece de esa chispa que la haga llegar hasta el siguiente nivel, el impacto de un vagabundo interestelar como es el ciclopeo cometa ‘Malstrøm’ hace que nuestras partículas vuelvan a dispersarse en otro estallido extrasensorial.
La magia persiste. Como si de un Rey Midas estuviéramos tratando, Grajo sigue convirtiendo en oro todo lo que toca. Al igual que aquellos antídotos que simplemente son la dosis puntual de un veneno, el cuarteto andalusí reconoce su virtud y tiene la pericia y el talento para aplicarlo cuando es menester y en la cantidad apropiada. Bendecidos con una impagable y desbordante cuota de inspiración, ofrecen una continuación que vienen a completar y complementar su trabajo anterior, ampliando la flora de viveza desbordante y vapores narcóticos de su hábitat conocido.
Slowgod II no sólo se convierte en una forma deliciosa de matar el tiempo de este deprimente plano, si no que más allá de lo estético, incita preliminares con ideas más vagas y diáfanas, de escaso componente terrenal. Así que si quieres desaparecer un rato, con Slowgod II ya tienes la guía para hacerlo.
Lo Mejor
- El estado de gracia compositivo del grupo: grandes melodías, grandes riffs, grandes atmósferas.
- Trabajo conciso, que hace que su impacto sea mayor e incitando a la repetición continuada.