La cara que impulsa este escrito es la de Chris Cornell.
A pesar de que me dan bastante tirria las declaraciones de duelo públicas y exageradas hasta el sinsentido, la noticia – hace ahora tres años – del fallecimiento del cantante, hizo germinar una sensación extraña. En mi propia persona se hizo carne ese penoso concepto de que la muerte de uno es una tragedia, y la de un millón una estadística.
No me afectó como si una persona de mi entorno, de mi día a día, hubiera desaparecido para siempre, pero me resultaba innegable el impacto. Y era obvio que emocionalmente no era alguien ajeno a mi. De alguna forma, existía un vínculo íntimo (y uni-direccional) que yo mismo había creado a partir de las palabras que él había escrito, dando forma concreta a emociones y sentimientos compartidos. Y ese vínculo llegó a un punto de inflexión que me hacía ser plenamente consciente de la influencia que el artista norteamericano había ejercido sobre mi sensibilidad hacia el mundo que me rodea.
Chris fue capaz de transcribir lo que yo mismo experimentaba, pero no podía expresar tan bien como él lo hizo. Eso, o al menos sus letras y sus canciones se amoldaban de forma natural a aquello que intentaba abrirse paso y tener voz propia, con escaso éxito, dentro de mi.
En la otra cara de la moneda, y en definitiva y a grandes rasgos, la semilla de este breve artículo, es también algo tan prosaico y personal como la de crear un pequeño altar votivo hacia ese conocido movimiento que se produjo en el noroeste de los Estado Unidos. Un movimiento que vino a etiquetarse como grunge, y que unió mi destino de forma inexorable a pletinas, giradiscos, walkman, discman, o cualquier cosa que reprodujese música. Una música que en muchas circunstancias define, de forma concisa y verídica, mi exigua esencia y presencia más allá de lo que mis propias palabras pudieran hacerlo.
A modo de reconocimiento y agradecimiento a sus creadores, y sin una motivación más allá que esa, acompaño estas palabras de una lista con un puñado de bandas más o menos importantes a título personal, y generacional en muchos casos, que circunscribían la zona de Seattle en aquellos finales de los 80 y principios de los 90. Grupos que elaboraron una parte mayoritaria de mi banda sonora en esa época de la vida en que todo parece posible, y uno actúa como si fuera a ser eterno.
Evitando caer en ningún tipo de clasificación o de ranking, vamos entonces con ese puñado de canciones que se fundieron con mi sombra cuando asomaba la cabeza a la adolescencia, y que ahí siguen hasta el día de hoy…