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Sparzanza en la Sala Rock City, Valencia

Fotografías: Reaktiu

Conciertos como el del pasado jueves te devuelven la fe en el directo y dejan con pocos argumentos a esa parte de ti a la que tanto le cuenta pisar las salas. La oferta era de lo más tentador: un curtido grupo sueco, difícil de ver en general, y más en concreto por estas latitudes, un precio bastante módico y un clima cada vez más benévolo. Al final lo del caloret se va a cumplir, manda huevos…

Como suele ser habitual ya, la presencia de público no era como para echar cohetes. Siendo generoso se puede decir que había unas cuarenta personas, aunque reconozco que me temía que aun fueran menos. Aun así, está lejos de lo que merecía la ocasión. Y desde luego, no fue un impedimento para que este quinteto saliera al escenario a dar una auténtica lección de lo que es dar un concierto a pleno rendimiento.

Uno de esos conciertos de los que sales satisfecho, de los que te recuerdan que la música en vivo es una experiencia que hay que vivir todas la veces que sea posible. El sonido de la sala como siempre, sobresaliente y la actitud del grupo de diez.

Con los riffs de Pine Barrens empezaron a hacer que la gente entendiera que se lo iba a pasar bien, y demostraron que metal melódico y directo de alta intensidad no son conceptos que van por separado. En su setlist supieron jugar con las subidas y bajadas de temas como ‘Underneath my skin‘, ‘Crone of Bell‘ frente a temas más pausados como ‘Dead Inside‘, u otros con un enfoque más alternativo, como ‘Breathe‘ sin dejar de animar al personal, tarea en la que destacó especialmente si bajista, Johan.

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A lo largo de la hora y media larga que duró el concierto tuvieron ocasión de interactuar con el público, intentando hacer bromas con las cuatro palabras macarrónicas que se sabían en nuestro idioma, y por lo general, haciendo que el personal se divirtiera también en los momentos de pausa. Solo les faltó hacer alguna coña sobre nuestra querida, y nunca bien ponderada, alcaldesa para terminar de conectar con la gente.

Nos pusieron tiernos con ‘My world of sin‘, e incluso nos hicieron encender los mecheros con la ‘balada’ ‘Follow me‘, nos hicieron headbangear con ‘Death don’t spear no lives‘, ‘Black‘, ‘When the world is gone‘ o la leñera ‘Mr. Fish‘ antes de pasar a los bises, para los que no hubo demasiado protocolo, y entre los que destacaron ‘The Fallen Ones‘ y el superhit del grupo, ‘Temple of the red-eyed pigs‘.

En resumen, fue uno de esos conciertos de los que sales satisfecho, de los que te recuerdan que la música en vivo es una experiencia que hay que vivir todas la veces que sea posible. El sonido de la sala como siempre, sobresaliente y la actitud del grupo de diez, no solo sobre el escenario sino también luego con la poca gente que se quedó a charlar con ellos. Pero también fue el recordatorio de que en Valencia seguimos sumidos en una especie de letargo o apatía que hace que estas giras pasen por la ciudad sin pena ni gloria.

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