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La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Stieg Larsson (Flickan som lekte med elden – 2006)

El segundo volumen de la trilogía Millenium cuenta con una serie de elementos que no aparecían en el primero, y que hace plantearse qué le llevó a Larsson a cambiar la novela negra por la de ficción. Desde luego, es innegable que sigue un patrón parecido a su predecesor, y que en parte cuadra mucho más que éste en el género policíaco, donde siempre quedó ubicada la trilogía.

Sin embargo, como digo, esos elementos son claros y en parte desconciertan, porque uno no sabe si está leyendo una novela ‘realista’ –se supone que todas las novelas negras tienen un alto porcentaje de realismo–, o está inmerso en un episodio de Star Wars actualizado. O incluso si alguien ha decidido hacer una versión literaria de la teleserie Heroes.

Los elementos ‘paranormales’ comienzan en el Caribe, donde nos encontramos a una Salander descansando de su agitada vida y, al mismo tiempo, haciendo de las suyas. Allí cree ver el dedo de Dios, aunque se le puede perdonar por el dramatismo del momento y la falta de emociones que venía arrastrando. Al igual que el primer tomo comienza con unas 75 páginas que nada tienen que ver con el desarrollo de la trama, Larsson nos ofrece en el segundo una especie de relato para que nos entretengamos y preparemos para lo que vendrá a continuación. Por mi parte, se agradece el esfuerzo. Me recuerda al capítulo de los Simpsons en el que todo empieza con Homer viendo un telemaratón y termina con el pobre hombre a punto de ser devorado por la lava de un volcán en una isla del Pacífico.

;Volviendo a lo que nos ocupa, Larsson juega con los grandes elementos de las obras míticas de ficción: el héroe que todo lo puede –la heroína, en este caso–, el ser mitológico a quien nadie puede derrotar, el malo malísimo cuyo rostro nadie conoce, y el resto del mundo que no se entera de nada. ¿No tiene un aire a La Torre Oscura de Stephen King, por ejemplo? Larsson lleva estos personajes al extremo… y un poco más allá. Por eso decía que cruza la frontera de la novela negra y se interna en la de ficción: son personajes que no tienen cabida en el mundo real –y mira que cada día se sorprende uno con lo que encuentra en las noticias–.

Otro hecho a destacar en la obra es el modo en el que el autor juega con el que empezó siendo el protagonista de la saga, el periodista Blomqvist. Es capaz de hacernos creer que su sagacidad no tiene límite, y en el párrafo siguiente que es un idiota de remate. Esto es una gran virtud, pues el lector necesita que el autor juegue con él, que le vacile: así le mantiene entretenido.

En cuanto al ritmo de la obra, en este caso es frenético y equilibrado. Larsson hace un gran trabajo, y aquí reside la gran virtud del libro. A pesar de rondar las setecientas páginas, uno lo lee como si apenas tuviera una centena. Tiene al lector más enganchado que en la primera parte y lo hace de una manera más sincera, sin pasos en falso. Por poner un único pero en este sentido, el autor vuelve a pecar de querer retrasar el momento del clímax cuando el lector ya ha sacado sus conclusiones y sin duda son correctas. Larsson debería soltar la información de una vez, de sopetón, en vez de irlo retrasando. Hay pocas cosas en la vida que se puedan igualar a cuando lo leído hace que te apoyes el libro en el regazo, levantes la mirada y digas: ‘madre mía’.

Recomendado para: de nuevo, para cualquier amante de los best seller y de la lectura en general. No defrauda.

No recomendado para: si no te gustó nada el primer libro. Aun así, y resumiendo, éste es mejor. Deberías darle otra oportunidad a este hombre.

El mejor escenario: medios de transporte, sillón, parque, cafetería… Estés donde estés, el libro te hará aislarte de tu escenario y sumergirte en la fría primavera sueca.

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