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Los hombres que no amaban a las mujeres, Stieg Larsson (Män som hatar kvinnor – 2005)

Hacer una crítica sobre el libro que más éxito ha tenido en los últimos años –décadas, quizá–, y que además casi todo el mundo ha leído es un reto difícil y, a la vez, divertido. Es difícil porque me tengo que buscar la vida para decir algo nuevo, y es divertido porque me puedo entretener provocando a la gente para buscar su respuesta.

Siempre he sido un defensor de los best-seller, porque algo interesante tienen que tener para que sean eso, libros con un gran volumen de ventas –y de lecturas, se entiende–. En el caso de la primera parte de la trilogía Millennium, se une también el hecho de que a la gente le ha gustado, algo que no sucedía con grandes bombazos de años anteriores –tómese El código Da Vinci como ejemplo–.

Como no me gustaría que ésta fuese una crítica excesivamente larga, me voy directo al grano: enunciar los puntos comunes que suelen tener los best-sellers y analizar –siempre en mi opinión– como los trata Millennium.

1) La simplicidad: cuando uno enciende la televisión, normalmente es para desconectar de la realidad y tomarse un respiro. Con los libros pasa igual. Si uno quiere enfrentarse a un reto serio, escoge a Faulkner o a Unamuno y se dedica a pensar. Cuando uno quiere sólo pasar un buen rato, se sumerge en un best-seller. La primera parte de Millennium es extremadamente simple, monótona –en cuanto a su estructura–. Sigue una estructura lineal rígida, de la que el autor incluso disfruta enunciando los días que abarcan cada capítulo.

2) El exotismo de los paisajes: uno, que en su adolescencia fue consumidor exclusivo de best-sellers, llegaba a reírse al ver cómo sus personajes pasaban de París a Florencia para recoger una pista y acabar en la guerra de los Balcanes de un día para otro, donde conocían a una señorita que les llevaba a Moscú para partir hacia Pekín al día siguiente. Lo dicho: de risa. Pero claro, atrae; a todos nos gusta viajar, y más con la mente –sin gastos, sin mosquitos, sin problemas con el idioma–. Millennium se desarrolla exclusivamente en Suecia, lo cual, paradójicamente, es igual que ir de una ciudad del mundo a otra, porque –casi– nadie conoce Suecia. Por lo tanto, el lector se ve sumergido en un escenario geográfico que no conoce y, por lo tanto, exótico.

3) Los héroes-antihéroes: los dos protagonistas del libro son auténticos clichés, sin excusa alguna. El periodista fumador y mujeriego que parece un detective de cine negro, y la hacker macarrilla que hace de superhéroe omnipotente. Son carne de cañón, más todavía que Mulder y Scully. Me hace gracia cómo en la contraportada de mi libro se lee ‘queda espacio para una tierna y frágil historia de amor entre una pareja nada frecuente en la literatura criminal’. En fin, habrá que creérselo. Y, sin embargo… me gustan. A todo el mundo le gustan esos personajes que han sido aplastados –por los poderosos o por la vida en sí– y que siguen luchando por su amor propio. De nuevo la simplicidad, en este caso de los personajes, es otro de los puntos fuertes del libro.

4) La trama: la violencia de género, el poder del dinero, los fantasmas del pasado que acosan a los personajes, la enfermedad mental, la palabra ‘nazi’… todos son valores seguros en un best-seller. Personalmente, me habría ahorrado la última, porque uno ya se cansa de los nazis, los hijos de Jesucristo y los templarios. Pero se puede llegar a perdonar. La gente quiere leer sobre esos temas porque no los tienen pero les dan miedo, así que, ¿qué mejor manera de combatirlos que mandar a un personaje de ficción a que luche contra ellos? En este apartado tengo que hacer la primera crítica ‘rotunda’ al libro, ya que el desenlace parece demasiado sencillo para ser algo que se llevaba investigando desde hacía treinta y pico años.

5) El carisma del autor: el hecho de que Stieg Larsson muriera y no haya podido disfrutar de su gran éxito le confiere –por desgracia– una fama similar a la de otros autores del género ya consagrados. De hecho, uno de los puntos fuertes de la Obra –de la trilogía en general– es que la gente lo ve como algo accesible, algo que empieza y que termina, que no volverá a dar una vuelta de tuerca innecesaria cuando el autor o la editorial necesiten el dinero del lector –en este sentido, me horroriza pensar algo que oí hace tiempo acerca de unos manuscritos que encontraron en casa de Larsson y que pueden ser un nuevo libro relacionado con Millennium–.

Por lo tanto, y para resumir, se trata de un libro extremadamente simple con una trama muy lineal pero que, con los puntos de inflexión situados en los momentos precisos, engancha. Dudo mucho que pase a la Historia de la Literatura, pero espero que dentro de veinte años mucha gente de todo el mundo recuerde haber leído el libro e incluso que le llegó a gustar. Y no quiero terminar esta crítica sin mencionar otro de los puntos que hacen memorable tanto a este libro como a los otros de la Trilogía: sus títulos. Aunque en este caso, me dejan tan desconcertado que no sé ni qué opinar.

Recomendado para: cualquiera, desde los 16 hasta los 99 años, tanto aficionados acérrimos a la lectura como aquellos que no leen ni subtítulos.

No recomendado para: casi nadie, algún detractor de los best-sellers sin TV en casa y que pudo acabarse el Ulises de Joyce.

El mejor escenario: donde sea, especialmente en transportes públicos. Mejor en verano.

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